En el futuro habrá, posiblemente, una profesión que se llamará oyente. A cambio de pago, el oyente escuchará a otro atendiendo a lo que dice. Acudiremos al oyente porque, aparte de él, apenar quedará nadie más que nos escuche. Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar. Lo que hace difícil escuchar es sobre todo la creciente focalización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad. Narciso no responde a la amorosa voz de la ninfa Eco, que en realidad sería la voz del otro. Así es como se degrada hasta convertirse en repetición dela voz propia.
Escuchar no es un acto pasivo. Se caracteriza por una actividad peculiar. Primero tengo que dar la bienvenida al otro, es decir, tengo que afirmar al otro en su alteridad. Luego atiendo a lo que dice. Escuchar es un prestar, un dar, un don.
-Byung Chul Han, de “La expulsión de lo distinto”-
En nuestras relaciones más importantes, pocas cosas son tan transformadoras como la verdadera escucha. No la escucha que espera su turno para responder, sino la que se abre sin prisa, sin juicio y sin la urgencia de arreglar o aconsejar.
Escuchar de verdad es un acto de presencia. Es sostener el mundo emocional del otro sin interrumpirlo con nuestras propias ansiedades o necesidades. Es permitir que la otra persona se sienta comprendida, sin temor a ser rechazada o corregida.
Pero la escucha auténtica solo es posible cuando va de la mano con la empatía: la capacidad de entrar en la experiencia del otro sin perderse en ella. La empatía nos permite ver más allá de las palabras, captar lo que no se dice, reconocer el dolor o la alegría en la voz, en la mirada, en el silencio.
Cuando un niño llora y su dolor no es acogido, aprende que sus emociones no son bienvenidas. Cuando un adulto expresa su angustia y recibe respuestas que minimizan su sentir, internaliza la creencia de que su sufrimiento no importa. Pero la realidad es otra: cada ser humano anhela ser escuchado, porque la escucha auténtica es el puente hacia la sanación.
Porque ser escuchado es, en el fondo, ser amado.
En nuestros vínculos afectivos, la calidad de nuestra escucha define la profundidad de nuestra conexión. Pregúntate: ¿Escucho para entender o para responder? ¿Doy espacio para que el otro se exprese sin sentirme amenazado? ¿Puedo estar presente sin tratar de solucionar de inmediato?
La verdadera intimidad nace cuando nos sentimos realmente escuchados. Porque en ese espacio de atención plena, ocurre lo más esencial: el otro se siente visto, sentido y aceptado tal como es.